jueves, 30 de marzo de 2006

La casa de la modista.

Hasta hace unos años, el las pequeñas aldeas cada persona aprendía un oficio, aquel que mas le gustaba, pero siempre atendiendo a que en cada generación todos los puestos estuvieran cubiertos.
Pero con el paso de los años, el aumento de la población, de la tecnología...poco a poco todo eso se fue olvidando.
Sin embargo aun quedan algunas de esas pequeñas aldeas.
En una de ellas vivía una anciana, que en su juventud, había sido costurera. Recordaba con orgullo desde su mecedora como sus manos cosían los trajes que lucían los novios en las bodas, gente que ahora estaba muy lejos de allí. Habían marchado a las ciudades en donde ya no necesitaban saber quien era el zapatero, quien les limpiaba sus jardines o quien criaba a sus niños mientras ellos se dedicaban a "cosas mas importantes".
-Una verdadera lastima.... - pensó mientras levantaba entre sus manos un pequeño vestido.
Llevaba toda la tarde cosiéndolo. -En mi juventud hubiera quedado mejor; ahora apenas veo el hilo.-
Uno más, y estarían todos listos para que pudieran pasarse a recogerlos. Tres preciosos vestidos de comunión para las únicas tres niñas que quedaban en la aldea.
A la mañana siguiente las madres fueron con sus niñas a recoger los vestidos.
-"Diana, le pedí que hiciera el cuello mas largo." -
-"Además faltan las bolsas..." -
-"... y la ceremonia es dentro de dos semanas." -
-Tranquilas, contesto la mujer pausadamente, estarán listas para entonces. -

En la penumbra de la habitación la mujer volvió a quedarse sola, sin llegar a notar los pequeños ojillos que la miraban desde la puerta con curiosidad.

Un par de días mas tarde fueron volviendo las mujeres a casa de la modista, para ver la evolución de los trajes.
La primera no terminaba de estar de acuerdo con el resultado. "¡Qué le vamos a hacer!"- se decía- "no se le pueden pedir más a los años".
Al poco tiempo llego la segunda. "Tal vez debí ir a la ciudad a comprar uno"- pensaba.
Casi en ese momento llego la tercera madre, parecía convencida del resultado.

Unos segundos después, apareció por la puerta la hija de una de ellas. Iba arrastrando una gran caja marrón. Su madre se intrigo:
-"¿Qué haces aquí?"
-"He venido a hablar con Diana"- respondió la niña
La anciana al momento se acerco a la niña y a la gran caja marrón. Pesaba bastante.
-"¿Qué llevas ahí? - le dijo la anciana con curiosidad.
-"Una maquina de coser"-fue la respuesta- "quiero que me enseñes a coser".
-"¿No crees que aun eres muy pequeña?"
-"Tal vez sea muy pequeña para llevar el peso de la maquina, pero no quiero crecer sabiendo que será otra persona la que tenga que coser por mi. Si no me gusta habrá sido culpa mía"
Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas, no le puso jamás ninguna pega a la niña.

Al igual que en la historia, ¿cuantas veces dejamos que los demás sean libres por nosotros, y nos quejamos de los resultados? Nadie debe decidir nunca por nosotros mismos. Esa será la única forma de que nuestras vidas sigan siempre hacia adelante.


(Tsaphiel; 30 de Marzo de 2006)

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